lunes, 9 de agosto de 2010

Kenders

(Dedicado a alguien que no me lee, que hace años que no nos hablamos, pero que me descubrió la Dragonlance, dándome una oportunidad de oro de llegar a ser más friki, si cabe).

Ansia viajera...

Adoraba ese término cuando no tenía dinero para viajar y me dedicaba a leer los viajes de otros. Puede que viajaran en un mundo fantástico que ni siquiera exista, en un ambiente pseudo-medieval, pero era tan evocador que podía pasarme horas leyendo sin darme cuenta.

Los kenders eran seres con los que yo tendía a identificarme. Aventureros despreocupados con una gran dosis de curiosidad. Amables, simpáticos, descuidados, asombrosos. Pertenecen a esas razas de Krynn con las que tanto tiempo he disfrutado. Son como niños, pero nunca crecen. Son bajitos como los enanos pero no tienen barba. Al maquillarse suelen dibujarse arrugas porque consideran que la vejez es una virtud. No tienen miedo a nada, es legendaria su valentía, casi diría también temeridad.

De acuerdo, también tienen defectos. Principalmente, no conocen el concepto propiedad privada, así que no la respetan. O la respetan, pero se despistan.

Dicen que una de las cosas más temibles que hay es estar encerrado con un kender aburrido, hasta hay quien dice que prefiere a un dragón bravucón que un kender aburrido en las proximidades.

Tienen curiosidad por la magia, por las leyendas, por las historias. Las cuentan a los niños, que las adoran tanto como las temen, porque luego les dan pesadillas.

Dicen incluso que el Tío Saltatrampas en uno de sus viajes llegó a la Luna Roja y se hizo con la Gema Gris. Incluso Tasslehoff Burrfoot consiguió vencer a Caos, padre de los dioses.

Si yo fuera ser fantástico, sin duda, sería un kender (jajaja, o tal vez, Matt, el fraguel viajero).

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